niña odiaba mi nombre, hasta el punto de llorar de rabia a cada rato. No era un nombre inusual entre las niñas de mi generación, pero sonaba mal si se comparaba con los de mis hermanas. Por eso rogué a mi madre que me llamara de otra manera, aunque fuera en casa, ya que en la escuela no era posible porque así me inscribieron en el Registro Civil. Como respuesta, me regañaron hasta la saciedad. Mi madre me recriminó que era un disparate querer cambiar el precioso nombre que llevaba desde mi nacimiento. Al igual que el significado de mi nombre, terminé siendo la última mujercita de entre mis hermanos y, después de mí, mis padres tuvieron dos hijos varones. Así, mi nombre resultó ser un amuleto para mis padres al darles los descendientes masculinos que tanto habían estado esperando y, en particular, al hacer realidad el sueño de mi madre de ser la esposa perfecta capaz