En especial, cuando hablamos de adopción, los orígenes se remontan a la propia infancia e historia vincular del adulto. El entretelado de vivencias infantiles, saludables y conflictivas, las propias carencias y satisfacciones de la infancia y los “modelos de apego vividos” reaparecen en la vida psicoafectiva y en el “modo de poder ser progenitor”. En este desplegamos –muchas veces, sin darnos cuenta– los mecanismos de defensa (negación, proyección, idealización, represión, regresión, etc.) que obturan el vínculo con nuestros hijos y dificultan nuestro ejercicio de responsabilidad parental, desarrollando conductas de patrones infantiles claramente incompetentes para esa función de cuidado.