El Laberinto de los Espíritus

Carax me enseñó que un libro no se acaba nunca y que, con suerte, es él quien nos abandona para que no pasemos el resto de la eternidad reescribiéndolo.

Los recuerdos que uno entierra en el silencio son los que nunca dejan de perseguirle

—¿Ha oído decir usted alguna vez aquello tan socorrido de que en el amor y en la guerra está todo permitido, Daniel?
—Alguna vez. Normalmente en boca de los que están más por la guerra que por el amor.

A veces la vida, no los días quemados, es solo un instante, un día, una semana o un mes. Uno sabe que está vivo porque duele, porque de repente todo importa y porque cuando ese breve momento se acaba, el resto de su existencia se transforma en un recuerdo al que intenta regresar en vano mientras le queda aliento en el cuerpo.

¿No escribe uno acaso para entenderse mejor a sí mismo y al mundo?

La lealtad es un hábito que no se cambia en un día.

—Dijo que usted no cree que nadie la pueda querer porque no se quiere a sí misma y que piensa que nunca nadie la ha querido. Y que no se lo perdona al mundo.

El mundo es simplemente un espejo de quienes lo formamos y no es ni más ni menos que lo que hacemos de él entre todos.

La vida, se decía, es una estación de tren en la que uno casi siempre se sube, o le suben, al vagón equivocado.

Una leyenda es una mentira pergeñada para explicar una verdad universal.