Todo era menospreciado: la nación, porque la tomaban como una invención de la clase «capitalista» (¡cuán a menudo tuve que escuchar esa frase!); la Patria porque la entendían como un instrumento en las manos de los burgueses para explotar a las masas obreras; la autoridad de la ley, porque era el medio por el que controlaban al proletariado; religión, porque era un medio para dopar a las personas y, así, explotarlas más adelante; moralidad, porque la tomaban como una insignia de una docilidad estúpida y de rebaño. No había nada que ellos no arrastraran por el barro.