Turistas

La mirada de la autora ve algo, y en la búsqueda del mejor modo de ponerlo en palabras, va construyendo un articulado, discreto lenguaje propio, que no se impone a lo percibido, sino que se origina en ese mundo.

La suya resulta entonces una literatura de la experiencia, pero de una experiencia de baja intensidad, siempre módica: tal vez por eso su literatura podría admitir, en este sentido, el atributo de minimalista. Es Uhart quien no lo admite: “¿Quién dictamina qué cosas son mínimas o máximas? No hay jerarquía de lo que es importante para escribir. La importancia la da el que escribe”.

Los de Hebe Uhart se escriben con sucedidos, con cosas que a la autora le pasaron o le contaron, sin requisitos de grandiosidad. No se trata de una mera disposición autobiográfica, sino de la convicción, que en Hebe Uhart es notoria, de que no existe escritura hasta que no existe encarnadura en la experiencia. Quienes escriben desde sus experiencias tienden a multiplicar esas experiencias.

después decidí que esa solemnidad era una forma de su bondad.

era como que ahora el paisaje quedaba abandonado a su suerte y a su aire. Era más lindo a la vuelta, era como estar junto a un pariente del que uno no tiene que preocuparse.

Pensé: “El que tiene intolerancia al vino es porque en vez de aligerarse con él se entorpece, es porque tiene un concepto mezquino de la comida, mecánico, como algo que entra y sale y no ve el comer y el beber como un ritual comunicante que existe desde que el hombre es hombre.

Como la cantidad de deseos que uno puede tener es infinita, yo sólo configuré tres:

1) Que aparezca en la montaña un cóndor gigante batiendo las alas y nos haga postrar por tierra a todos.

2) Que aparezca pronto el Aconcagua.

3) Que yo encuentre en la ciudad un bolso de jean con la panza fruncida para agrandar y achicar, que no compré cuando lo vi por amarreta consuetudinaria.

Me hubiera gustado ser como ella, con esa gracia discreta para hacerse perdonar y no como yo, que me lo pasaba pensando en lo que es y en lo que debía ser.

A lo mejor castigar prolonga la vida, y cuando yo protesto contra todas las cosas que no deben ser me lleno de alguna energía que me impide disolverme como un flan.

En Mendoza hace un calor seco como la cordillera, es un enemigo que ataca de frente, pincha pero no hace transpirar, no abate, por eso los mendocinos caminan erguidos como los álamos que vi por el camino y como los granaderos de San Martín. No es un calor a soportar, es uno a enfrentar.