Los deseos afines

Aunque, técnicamente hablando, los insectos no cuentan como gente, es cierto que ella hablaba conmigo.

El dolor del que no se puede hablar, aquel que no puede revelarse, es el peor de avistar.

«No me gustan las mujeres», piensa el chico.

Sé cómo satisfacer a un hombre. Los conozco bien, a los muy cabrones. He hecho esto cientos de veces.

Nadie te llamaba hombre porque ibas a sacar agua del pozo, porque cargabas con la leña sobre la cabeza

padre nunca le dio las gracias a mi madre y me resultaba divertido oír cómo apreciabas su comida.

Al igual que a su madre, siempre le habían dicho que debía darle a su marido todo lo que necesitara. Yo la veía trabajar muy duro todos los días mientras mi padre se iba con los otros hombres a beber lacoyi, cerveza casera, al caer la tarde.

Mi padre decía que los niños no debían acercarse a ti porque querrías enseñarles a cocinar, y que no sabías que por acercarte al fuego de la cocina se te quemaba el pene

pero ellos nunca lo harían porque les habían enseñado que cortar y acarrear leña era trabajo de mujeres.

Vincent me dijo que debo de ser la persona más negra que conoce.