Me olvidé de decir que a veces la dactilógrafa tenía náuseas al comer. Eso le venía desde pequeña cuando supo que había comido gato frito. Esto la asustó para siempre, perdió el apetito y sólo sentía el gran hambre. Le parecía que había cometido un crimen y que había comido ángel frito, las alas crujiendo entre los dientes. Ella creía en ángeles y, porque creía, ellos existían.