Fin de poema

Cesare sabe que ella sabe que él convive con tempestades atroces que lo devoran en silencio,

Ingiere una pastilla tras otra, en armónica sinfonía, todas las que traía consigo, una, y otra, y otra, y otra más. Tutto e subito. Cuando finaliza, se vuelve y escribe sobre la última página de los Diálogos con Leucó:

Perdono a todos y a todos pido perdón. No chismorreen demasiado.

Es agosto y llueve dentro.

Es mentira que uno se acostumbre al dolor. Cada vez que uno entra en bancarrota emocional lo hace siempre por primera vez. No tiene costumbre. El dolor es constante pero nuevo. Por eso cada año, cada minuto, sufre más.

Cuando no tienes nada, tampoco te tienes a ti. Si todo alrededor es vacío, nada, completo silencio, tú acabas arrojándote también sobre ese abismo.» El hombre se pierde. He ahí la lección de todos estos años: el hombre no está consigo, está fuera

todo el mundo con el que ha tenido contacto alguna vez lleva dentro algo miserable y villano.

Cesare se asoma a la ventana de la habitación con la pipa atrapada entre los dientes, como si fuese una duda. A esta hora sabe perfectamente a qué se está enfrentando, y que, desde que se ha levantado esta mañana, todo es cuestión de poco tiempo. En el estrecho margen que lo separa del fin, las cosas sucederán en silencio pero con gran alboroto,

Estaba sentada en la cama y a punto de encender un cigarro cuando su corazón volcó de medio lado, como si en las entrañas también hubiese accidentes de tráfico.

«Hay algún malentendido, y ese malentendido será nuestra ruina».

El apartamento es minúsculo y la estancia en la que la poeta recibe a sus amigos es la misma en la que, como si fuese un confortable nicho, escribe y duerme. Ser poeta es ocupar los espacios con los ojos cerrados. La