Yo nada más apretaba su manita, como diciéndole: tú no vas a acabar así, abuelito. Tu final va a ser bueno. Ya lo verás. Entonces me pedía que le cantara alguna canción de sus favoritas, las de Alberto Vázquez, una que otra de Nelson Ned, y sobre todo las del Príncipe de la Canción, el gran José José. Pero como yo no me sabía ninguna de esas, nomás nos quedábamos quietos, escuchando el susurro del cáncer.