Además, no paraba de pensar en Alex Fierro. Bueno, ya sabes, puede que un poco sí que parara. Era una fuerza de la naturaleza, como los truenos de la tormenta de nieve. Te impactaba cuando le daba la gana, dependiendo de diferencias de temperatura y patrones de tormentas que a mí me eran imposible de predecir. Sacudía mis cimientos con fuerza, pero a la vez de una forma extrañamente suave y contenida, bajo un velo de ventisca. Yo no podía atribuirle ningún motivo. Simplemente hacía lo que quería. Al menos, eso es lo que me parecía.