Nadie pudo esclarecer la causa de su padecimiento, o explicar su afasia, afortunadamente temporal, pero Lee cargó con las consecuencias de ese episodio para el resto de su vida, ya que la enfermedad (si es que realmente fue una dolencia física y no la expresión de una profunda crisis psicológica) dejó sus bronquios y su laringe dañados, de modo que, hasta el día de hoy, Lee habla con una voz de juguete, chillona, aflautada e infantil, como si aún fuera ese niño pequeño que se bajó, solitario y despavorido, del barco que lo trajo a Seúl desde su isla natal. «Mis padres vivían en Bigeumdo, y yo estaba alojado con mi hermano mayor, en Seúl, pero él estaba en el ejército, así que no había nadie que cuidara de mí. Ni siquiera tuve la oportunidad de recibir una atención médica adecuada cuando enfermé», recordó años después, cuando ya era considerado una leyenda viva, durante una de las pocas entrevistas que concedió a lo largo de su carrera, pues se sentía tan avergonzado por su voz que detestaba hablar en público, y lo evitaba siempre que era posible, negándose incluso a participar en las ceremonias de premios de los innumerables torneos que fue ganando, uno tras otro. Lee se convirtió en uno de los maestros de Go más admira