Linden baja del avión, feliz de volver a casa. Trae una sonrisa adolescente, espléndida, pero sus ojos de mujer escrutan mi cara en busca de signos de preocupación. Le sonrío, a mi vez, para tranquilizarla, y la abrazo con fuerza. Al caminar a su lado, me doy cuenta en seguida de que ella no ha pasado sus días a la espera; de que se ha dedicado a crecer, a devenir. Ahora sé que nada en el mundo me haría cambiar a esta hermosa joven, radiante, que me coge del brazo, por el bebé que un día durmió entre los míos.