Mirar esa pintura, mirarla en vivo, es como tomarte un químico artificial, como tragarte una amapola, algo cuyo efecto a nivel mental te permite liberarte del cuerpo, de la conciencia, de la ansiedad siempre obsesionada consigo misma. El robo de estas pinturas, en especial del Vermeer, me ha negado una manera de trascender.