Reproduje la secuencia de los hechos hasta el final, sorprendido —incluso mientras dejaba plena libertad a la imaginación de aquellos tabúes— con lo poco que me atraían en este momento. Aun ocultando la inevitable secuela —el regreso de la sed, el vacío de un mundo sin ella—, no sentía el menor deseo de llevar a la práctica aquellas imaginaciones.
En ese momento, vi también de forma muy clara que no existía un monstruo independiente y que nunca había existido. Ansioso por desconectar la mente de mis deseos, tal y como tenía por costumbre, había personificado esa odiada parte de mí con el fin de distanciarla de las otras partes que consideraba mi yo. Igual que había creado a la harpía para darme un enemigo contra el que luchar. Se trataba de un mecanismo de defensa, y no muy bueno, que se diga. Era mejor verme como un todo, bueno y malo, y trabajar con esa realidad.