Hay un salmo, el número 24, que me gusta mucho: «¿Quién subirá al monte del Señor? El limpio de manos y puro de corazón, el que no ha jurado con engaños». Me gusta porque no se limita a enunciar algo. No es un aforismo, ni una máxima, ni una simple sentencia. Nos dice quién es el puro de corazón: el que no mientre. No se refiere a la mentira que decimos para protegernos ni a la mentira piadosa, sino a la de verdad, aquella que pronunciamos para perjudicar al prójimo.