La violencia en México

se oye nada semejante, pues la crisis

crisis trágica de la inseguridad y la violencia se ha vuelto la desfigurada y sangrante realidad cotidiana de vastos sectores de las ciudades, los pueblos y los campos de México.

Los mexicanos no queríamos «colombianizarnos»; ese deseo negativo se escuchó durante algunos lustros en mi país. Ya no se oye nada semejante, pues l

...De vez en cuando recibimos noticias de que hay un enemigo dispuesto a quitarnos el país o a mudarlo de naturaleza o a reemplazarlo por otro. En esas ocasiones, se oyen balas, nos dicen. Vienen desde rincones que no sabemos ubicar y se ocultan detrás o dentro de cuerpos a los que no prestamos atención. Quién sabe si son balas. Los objetos y los nombres de los objetos se eclipsan a tanta velocidad que da lo mismo llamarlos de cualquier manera.

Cuando esos fenómenos ocurren suele también, por coincidencia, desaparecer un cuerpo. No nos asombra. La lógica enseña que los cuerpos tienen fases como la luna.

mano, una vez manchada de sangre, enloquece de pasión. No hay respiro; no hay lugar a la inocencia ya. No hay consuelo ni alivio.

Una sociedad inmovilizada ante la matanza, que no reconoce como suyas a las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, es también en definitiva la gran víctima propiciatoria. Concentrar la energía judicial, política, social, ética de la nación y sus instituciones en el esclarecimiento de este fenómeno es asunto de justicia y de reconstrucción social. Uno de los grandes apoyos de la violencia es la protesta ocasional, rutinaria, que no espera consecuencias. Esto, como lo demuestra Huesos en el desierto, ya no puede ni debe suceder

ocho de cada diez asesinatos ocurridos en México en lo que va del siglo xxi tienen alguna relación con ese criminal;

«Pórtense bien. […] Todos sabemos quiénes andan en malos pasos. […] Vamos a sacudir el árbol y se van a caer muchas manzanas podridas».
Los armónicos siniestros de esta declaración no pasaron inadvertidos.

El asesinato de la colonia Narvarte refrendó y llevó a su último extremo la postura de los poderosos ante las muertes violentas que ocurren en México (las víctimas son los culpables);

Nadie quedó satisfecho. Pero aún más: el mito de la seguridad e invulnerabilidad de la capital del país quedó liquidado definitivamente con esas muertes y con la torpeza del procurador capitalino. También quedó en entredicho la imparcialidad del alcalde de la ciudad, Miguel Ángel Mancera. Fue como si los políticos, del partido que fuere, trataran a toda costa de protegerse unos a otros