Mi padre era la única persona con la que hubiera, podido hablar. Hablaba poco y hacía preguntas que se podían responder con monosílabos, pero si yo hubiera tirado de alguna de sus frases cortas habría podido, tal vez, desovillar una conversación.
Con mi madre, no. Había más palabras, pero menos puntas. Ella se había retirado al mundo de los objetos: siempre tenía algo que ordenar, reparar, coser, limpiar, comprar.
Todas las mujeres que tienen una casa se preocupan por esas cosas, ahora lo sé, pero mi madre se abstuvo de cualquier otro modo de existencia, y las personas y todos sus códigos y formas desaparecieron para ella.