Mi inquietud nacía, tal vez, del Japón del presente, en el que algunos hombres mostraban una clara preferencia por chicas cándidas antes que por mujeres hechas y derechas. Ojalá no sucediera lo mismo en la era Heian. Ojalá aquel mundo aceptase a una mujer, aunque fuera tan joven, por su inteligencia, por sus destrezas, por la profundidad de sus sentimientos. La verdadera causa de mi angustia nacía de suponer que las dificultades en su vida le llegarían, precisamente, por poseer un espíritu tan elevado.