Pobre gente

¡Ay, amigo mío! La desgracia es una enfermedad contagiosa. Los desgraciados, los pobres, tenemos que estar apartados los unos de los otros, para no agravar la infección.

De ninguna manera, yo voy a escribir, y usted también lo hará... Ahora que empezaba a coger cierto estilo... ¡Ay, querida mía, qué más dará el estilo! Yo ya no sé ni lo que escribo, no lo sé en absoluto, no sé nada, y no lo releo, y no corrijo el estilo. Tan solo escribo por escribir, tan solo por escribirle a usted un poquito más...

¿por qué a algunos, estando todavía en el seno materno, ya les sonríe la pícara fortuna, mientras otros vienen a este mundo de Dios en una inclusa?

Y no es que mi padre no me quisiera: al contrario, nos adoraba a mi madre y a mí. Pero él era así, era cuestión de carácter.

Los desgraciados, los pobres, tenemos que estar apartados los unos de los otros, para no agravar la infección.

No pude dormir en toda la noche, por culpa de mi disgusto, de mi pena, de mi arrepentimiento. Suele decirse que el remordimiento sirve de desahogo, pero no es verdad.

recuerdos que tengo de usted son un tesoro inestimable que conservaré siempre en mi corazón

voy a tenerle a usted siempre presente, en mis pensamientos y en mis oraciones.

Las buenas obras no quedan sin recompensa y la virtud siempre recibirá la corona de la justicia divina, tarde o temprano

Son muchos los lugares donde se entonan por él alabanzas y se vierten lágrimas de gratitud