El mito de la belleza

Nuestra insatisfacción sigue devorando nuestro tiempo, energía y alegría. Y generando dinero.

Hoy el feminismo está muy presente pero el mito de la belleza persevera. Nos hace creer que afloja, incluye, diversifica, que se abre a nuevas normatividades, pero sigue imponiendo viejos imposibles.

para existir debemos representar el único papel que el régimen nos permite imaginar, lo representaremos.

No subestimar la eficacia del miedo como herramienta de control: el miedo al castigo, a la exclusión, a la diferencia, al hambre, a la invisibilidad, a no ser, a no ser bien o a no saber qué se es.

Beauvoir: «No olvidéis nunca que bastará con una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres se cuestionen. Estos derechos nunca son adquiridos. Deberéis permanecer alerta durante toda vuestra vida».

Era necesario contrarrestar el protagonismo social que habían obtenido las mujeres al incorporarse al trabajo, al espacio público. De alguna forma había que frenarnos. El mito de la belleza fue el arma política que se encargó de restituir el orden, secuestrando nuestra autoestima para supeditarla a la aprobación ajena.

Cada vez que las mujeres avanzan, la economía y la cultura urden una contraofensiva para restablecer el orden patriarcal, esto es, nuestra subordinación.

De jóvenes nos educan para que rehuyamos de identificarnos con mujeres mayores. Ya adultas aprendemos a ser intolerantes con las más jóvenes y a observarlas con impaciencia y desdén. El mito de la belleza está diseñado artificialmente para enfrentar a las distintas generaciones de mujeres. El hecho de reforzar conscientemente esos lazos nos devuelve la plenitud de todos los periodos de nuestra existencia que el mito nos ha impedido descubrir.

Hará falta que seamos compasivas con nosotras mismas y con todas las demás por abrigar sentimientos muy intensos acerca de la «belleza», y tendremos que mostrar una gran sensibilidad hacia dichos sentimientos.

Como la maternidad «estropea» la figura, este escenario en el cual las ricas contratan a las pobres para que lleven a cabo su labor reproductiva, tan poco elegante, es algo inminente