Eli entendió lo que querían decir mis palabras, sonrió, me cogió la mano y me puso el anillo en el dedo. No se levantó, sino que enterró la cara en mi vientre, acurrucándose contra mí.
Le pasé la mano por el pelo, miré los árboles, olí la tierra y le dije:
—Estaba tan equivocada.
—¿Sobre qué? —preguntó contra mi camiseta. Eso significaba que probablemente no veía mi sonrisa, una lástima, la verdad.
—Sobre si mi historia algún día llegaría a ser feliz.