Mientras Nathan y él giran, todo su mundo da vueltas, aunque piensa que lleva siendo así desde que descubrió que iba a morir. Se siente al borde de la locura, como si todo lo que es o ha sido estuviera a punto de romperse en pedazos muy pequeños y ya pudiera empezar a sentir las grietas. Y pese a ello, Adam también se siente más enamorado que nunca de ese chico que ríe entre sus brazos, que se burla de él cuando lo pisa sin querer y después le roba un beso para hacerse perdonar por dejarlo en evidencia.
Ese chico que, al menos durante una noche, está dispuesto a olvidar que hay un mañana.
Es dolorosamente romántico y triste.