El amante sin domicilio fijo

El impulso de acariciar con gratitud una nuca se impone junto con la certeza de que cualquier conversación, aun breve, al momento se volvería impracticable, y el ojo, ahora abierto del todo, lleva a cabo el reconocimiento del lugar, del armario del fondo a la otra cama, en realidad un catre pegado a la única ventana.

Silvera da dos palmadas para recoger a su grupo, algo disperso, antes de que se confundan con la numerosa clientela —otros grupos o turistas aislados— que la lancha de la empresa continúa descargando en su ir y venir entre Murano y las Fondamente Nuove.

Hoy, esta pintura de tercer orden, que sus representantes no dudaron en vender como «arte veneciano del siglo de oro» en mercados lejanos y no muy exigentes, estaba adquiriendo un discreto valor —entre los treinta y los sesenta, incluso ochenta millones— en el mercado precisamente más especializado italiano.

Hoy, esta pintura de tercer orden, que sus representantes no dudaron en vender como «arte veneciano del siglo de oro» en mercados lejanos y no muy exigentes, estaba adquiriendo un discreto valor —entre los treinta y los sesenta, incluso ochenta millones— en el mercado precisamente más especializado italiano.