Pero la colisión profunda es y ha sido con mi interior, terco, martirizador y atormentado. He escrito cada uno de mis poemas y novelas con este mismo propósito: averiguar qué pienso, saber dónde me encuentro. No puedo convertirme en lo que veo. Me siento como una máquina inepta, una máquina que se avería en los peores momentos, que rechina hasta detenerse y se obstina en «no funcionar» o, aún peor, explota en la cara de alguien inocente.