Fue en aquella finca donde algunos ataques me tuvieron al borde de la asfixia, después de siete, de ocho días, sin comer y sin dormir. Salía de mis ataques con las uñas azules, los ojos encajados en el fondo de ojeras amoratadas, las arterias a flor de piel. Pero seguía vivo, sin embargo. El mundo, con la letra impresa, me seguía entrando por los ojos.