El alcoholismo, o trastorno por consumo de alcohol, ha sido durante mucho tiempo
malinterpretado por la sociedad. A menudo considerado como una falta de voluntad, un
vicio o un defecto moral, hoy sabemos que el alcoholismo es, en realidad, una enfermedad
mental compleja. Reconocer su naturaleza como una enfermedad no es justificarla ni
minimizar sus consecuencias, sino comprender su verdadero alcance para tratarla con la
seriedad, el respeto y la compasión que merece. A través de este ensayo, profundizaremos
en las causas, manifestaciones y consecuencias del alcoholismo como enfermedad mental,
así como en las estrategias para su prevención y tratamiento.
El alcoholismo como enfermedad
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el alcoholismo como un patrón de
consumo de alcohol que causa daño a la salud física y mental, afecta las relaciones
interpersonales y deteriora el funcionamiento en la vida diaria. A nivel neurológico, el
consumo excesivo de alcohol altera la química cerebral, afectando los circuitos del placer,
del control de impulsos y de la toma de decisiones. No se trata simplemente de una cuestión
de fuerza de voluntad: una vez que la dependencia se instala, el alcoholismo actúa como
cualquier enfermedad crónica, afectando tanto la mente como el cuerpo del individuo.
El alcoholismo comparte características fundamentales con otras enfermedades mentales:
presenta síntomas observables, sigue un curso predecible, responde a tratamientos clínicos
específicos y tiene una base neurobiológica clara. De hecho, las investigaciones en
neurociencia han mostrado que los cerebros de las personas con adicción al alcohol
presentan cambios estructurales y funcionales que dificultan el autocontrol y perpetúan el
ciclo de la dependencia.