El invierno de 1200 trajo algo más que el frío a un pequeño pueblo al norte de Francia. Entre las sombras de los cipreses y el eco de historias antiguas, lo que muchos consideraban simples leyendas parecía cobrar vida. Arthur Cole, un hombre de razón, se mantenía escéptico ante todo eso, hasta que empezaron a suceder cosas que desafiaron toda lógica y comprensión.