¿Qué tienen en común Sharon Tate, Roman Polansky, Elvis Presley, un lunar en la mejilla pintado y Charlie Manson? Te diré qué, Ray Pye, con sus extraños andares, un poco ladeados, y su nula apreciación de los Beatles, al jodido Ray, con su pelo teñido, sus pantalones y chamarra de cuero, y su sonrisa…
Lo siento Jack, te volví a subestimar, mucho King, Shelley, Jackson, Lovecraft y Poe, pero Ketchum, este escritor, que falleciera en 2018, es una pasada, sus novelas son de una manufactura especial y dentro de lo más impresionante se encuentra su increíble facilidad para dotar de personalidad agresiva, independiente y autónoma a todos y cada uno de sus personajes, sencillamente asombroso, porque Pye es el eje, y aun así, se desenrollan líneas biográficas ambiciosas, atrayentes, tanto así, que te enteras de la vida de una gata de nombre desconocido hasta el epílogo, créeme, es importante.
Todo comienza en 1965, una noche en la que Ray, Tim y Jennifer pasan el rato tomando cervezas cerca del lago Turner. Es otra noche de verano más hasta que Ray decide matar a tiros a dos jóvenes campistas únicamente para descubrir qué se siente.
Cuatro años más tarde nadie ha podido acusar a Ray de los asesinatos, aunque hay un policía decidido a encontrar pruebas que lo incriminen. Ray piensa que nunca van a pillarlo, y Tim y Jennifer creen que todo aquel horror ya ha pasado. Pero se equivocan. Lo peor todavía está por venir.
Una jodida locura a la vez: Jennifer, Katherine y Sally, ella son las estrellas del insaciable de Ray, alrededor, orbita su mejor amigo Tim, que afirmarlo así es una torpeza, en fin, seguimos, como una pareja cercana al matrimonio profesional, Schilling y Ed están al otro lado del tablero, saben que Ray no es trigo limpio, pero ¿Cómo van a probarlo? Dejamos para la última mención el dúo desencadenante, primario, el big bang de toda esta pesadilla: Lisa Steiner & Elise Hanlon, víctimas, acentuadas por el flagelo mortal de la locura, acentuadas para la posteridad, con una sombra silábica de la que correrá sangre.
Ha sido un viaje trepidante, brutal, desolador y terrorífico, a diferencia de la chica de al lado o Joyride, este libro se encarga de construir al villano paso a paso, poco a poco, con una clama inaudita, te sumerge en su pensamiento y te da su voz; me dio la impresión de ser Alex DeLarge escuchando la novena sinfonía mientras estoy presenciando el horror y la locura sin poder cerrar los ojos jamás.