Estoy cansada, chiquilla. Y… —Volvió a respirar y cerró los ojos un momento. Cuando los volvió a abrir, cambió de posición en la cama y dijo—: Y voy a estar lejos un tiempo.
Fruncí el ceño.
—¿A dónde vas, abu? ¿Puedo ir contigo? —Siempre nos íbamos juntas a la aventura.
Ella sonrió, pero negó con la cabeza.
—No, chiquilla. Tú no me puedes acompañar al lugar a donde voy. Todavía no. Pero algún día, dentro de muchos años, nos volveremos a ver.
Detrás de mí, mi mamá sollozaba, pero yo sólo miraba fijamente a mi abu, confundida.
—Pero ¿a dónde vas, abu? No entiendo.
—A casa, amor —respondió—. Me voy a casa.
—Pero estás en casa —repliqué.
—No. —Abu negó con la cabeza—. Esta no es nuestra verdadera casa, chiquilla. Esta vida… pues es una gran aventura mientras estamos en ella. Una aventura que tenemos que disfrutar y amar con todo nuestro corazón antes de emprender la mayor aventura de todas.
Abrí los ojos con emoción, pero después me sentí triste. Muy triste. El labio inferior me empezó a temblar.
—Pero somos mejores amigas, abu. Siempre vamos juntas a nuestras aventuras, no te puedes ir sin mí.
Las lágrimas empezaron a caer de mis ojos y a rodar por mis mejillas. Mi abu alzó la mano que tenía libre para limpiármelas. Estaba igual de fría que la mano que yo le estaba sosteniendo.
—Es verdad que siempre vamos a las aventuras juntas, chiquilla, pero esta vez no.
—¿No te da miedo ir sola? —pregunté, pero mi abu sólo suspiró.
—No, chiquilla, no siento ningún miedo. Nada me da miedo.