Marta Cerdà Alimbau

Y es que no hace falta un gran despliegue estilístico para impresionar al mundo. Hay cosas que son de una simplicidad tan imponente que no necesitan de artificios.

Hoy la simbiosis diseñador-máquina es total. Es la fusión definitiva.

Diseñó también la tipografía Transport para el sistema nacional de autopistas e indicadores de tránsito de Gran Bretaña. Estuvo años probando la legibilidad en todo tipo de condiciones extremas: con lluvia, de noche, a gran velocidad.

Tener estilo, un sello personal, se considera un pecado en el diseño: el segundo y más grave de todos –el primero es pasarse por el forro la funcionalidad–.

Y sí, la obra de Mariscal es igual de comprometida que la de Margaret Calvert. Porque el trabajo bien hecho, como decía Miguel Milá (lámparas Cesta y M68, Chimenea, banco NeoRomántico), tiene un sentido moral.3

Podríamos decir que todo diseño se mueve entre las coordenadas de función (ciencia) y forma (arte).

Quizá justo por eso dicen que el buen diseño es invisible a los ojos.

Porque el diseño y su forma impregnan todo el espacio público, el espacio que sí que compartimos todos, los de arriba y los de abajo: el alumbrado, los bancos donde nos sentamos, los edificios públicos donde trabajamos, el colegio de nuestros hijos, los formularios de Hacienda, la señalización, los carteles que observamos cada día por la calle, la web del Ayuntamiento, el transporte público. Todo lo que nos rodea está diseñado, todo; forma parte de nuestro día a día y lo hace, en definitiva, más o menos soportable.

Nos guste más o menos, seamos o no diseñadores, todos intuimos que la forma tiene un peso de proporciones gigantescas en el mundo. La forma nos forma, nos deforma y nos conforma. No podemos huir de ella. Si la despreciamos, también nos deforma. Si alguien se cree que no le afecta, le afecta. Porque todo tiene alguna forma.

Hoy, los diseñadores que dedican tiempo a la forma lo hacen en un sentido casi antisistema y a contracorriente.