¿Por qué razón plantear preguntas es el pasatiempo judío favorito?
El hebreo bíblico no poseía signos de interrogación y, sin embargo, el Libro de los Libros está lleno de preguntas. No las hemos contado todas, pero a juzgar por la predominancia de los qué y cómo, y de los quién y por qué, puede muy bien ser el más inquisitivo de las Sagradas Escrituras. Bastantes de las preguntas, es cierto, son retóricas, al proclamar la gloria de Dios. El propio Dios es un gran interrogador. Las respuestas a algunas de sus preguntas pueden parecer evidentes, pero no lo son. Un lector moderno aún puede considerarlas como profundos enigmas inquietantes. Así son las primeras preguntas que alguna vez se plantearon:
Dios a Adán: «¿Dónde estás?», y: «¿Quién te ha dicho que estás desnudo?».
Dios a Eva, y luego a Caín: «¿Qué has hecho?». Dios a Caín: «¿Dónde está Abel tu hermano?».
Y Caín, el primer hombre en contestar a una pregunta con otra pregunta, descaradamente irreverente, más tenebrosa que el más tenebroso tono de jutspá: «¿Soy acaso el guardián de mi hermano?».
Sí, hermano, lo eres. ¿O no lo eres?