Depende de quién me lo pregunte.
Ella se echa a reír y pone los ojos en blanco.
—Eso es que no.
—Bueno, ¿y tú? —replico y me acerco hasta que su cara queda a centímetros de la mía. Me mira abriendo mucho los ojos color avellana—. Si fueses tú la que está detrás del mostrador, ¿me lo venderías?