Editorial Tránsito

Es importante tener un cómplice. No es indispensable, pero parece buena idea contar con alguien que también provenga de aquel lugar. Ojos que conocieron la misma guerra, que perdieron la misma patria.

Los que crecimos anticipando el desastre inminente aprendimos a identificar a los árboles de raíces firmes, y nos aferramos a ellos como si en sus ramas pudiéramos fundar nuestro nuevo hogar.

ella emitía juicios sobre casi todo, como quien sabe de lo que habla. La mayoría de las veces resultaban atinados o por lo menos interesantes. La pizza sabe mejor fría. La gente que creció con sus abuelos es más noble.

Nunca le pregunté, sin embargo, cuál era su opinión sobre mí.

Opinión: juicio, idea, observación. Opinar sobre algo es apropiárselo.

¿Avanzar significa construir? ¿Avanzar significa amar? ¿Avanzar significa olvidar?

El niño, como el hombre, no posee más que aquello que inventa. Usa lo que existe, pero no lo posee.

por no haber logrado reponerse de sí misma.

Era una tristeza helada y dulce: por fin tenía tiempo para el duelo.

Habría que escribir algo acerca de esos recaditos de la adolescencia, ese género literario en vías de extinción.

Seguimos siendo cercanas, aunque desde aquí distingo cómo nos fuimos separando, como las hebras de un hilo viejo que con el tiempo se desenrollan.

La primera guerra a veces es la casa. La primera patria perdida, la familia. Un esposo puede ser un buen cómplice. Un hijo también llega a serlo. Al perro le hace falta el don de la palabra. Pero el papel de cómplice primordial está reservado para el hermano, único testigo verdadero de la masacre.