Tarde o temprano, Dios obliga a sus enemigos a reconocer su soberanía y su poder omnímodo. Incluso el impío emperador de Roma Juliano el Apóstata, tuvo que confesar, cuando herido de muerte se vio impotente para continuar luchando: ¡venciste, Galileo! Y es que Dios, no sólo es lo bastante fuerte para vencer a sus oponentes, sino que les hace confesar que, en efecto, lo es