Eugenia, Eugenia, eres linda, amable, gentil, suave, esplendorosa, maravillosa, divina. Recorro tu cuerpo inmaculado como un náufrago la playa después de largos días y noches de naufragio. Contemplo tu cuerpo delgado, tus brazos largos que acaricio. Amo tu piel brillante y cuando mis dedos tocan tus senos y tu vientre y los recorro con vehemencia y locura, siento que esa ternura nunca podrá fugarse de mi tacto, y en tu sexo dibujo signos que santifican mi pasión, la purifican. Y pienso en ti, pienso que en ti no lo he perdido todo, que aunque tú no estés conmigo, que aunque estés lejos de mí, de alguna manera esa tarde florida, de tenues resplandores, me llevaste al principio de la ruta de la libertad. Esa libertad que dan las palabras de amor, el sonido de los cuerpos entrelazados, las miradas que establecen en los amantes la solidaridad a través del erotismo para recordarse mutuamente que antes de esos momentos sólo había desafecto, tristeza, nada, entonces no había blues, sino ruido y aturdimiento. Por eso te amo, Eugenia. Porque con tu amor me dijiste que no todo estaba perdido, que el amor no se perdió porque aún había The blues en ti y en mí, esplendorosa Eugenia, reina mía. Hoy te amo exactamente como siempre te amé: sin pedirte nada por tu ternura, tu suave y bendita ternura. Hoy te amo…