Siempre he sostenido que cuando uno escribe debe olvidar todas las reglas, estilos literarios y la petulancia de las grandes palabras, las frases pomposas y expresiones semejantes: las palabras han de resbalar por la boca como el vino, y, sea o no lo correcto, hay que poner sobre el papel todo lo que uno ha visto y experimentado y amado y perdido; lo que fueron sus pensamientos efímeros y sus dolores y deseos, y todo eso hay que decirlo evitando cuidadosamente las frases hechas, el uso banal de palabras trilladas y cosas por el estilo. Hay que combinar a Wolfe con Flaubert... y con Dickens. El arte es bueno cuando nace de la necesidad. Ese origen es la garantía de su valor; no hay otro.