Los demonios que me han sido más fieles son la violencia y el miedo; van siempre en pareja y son constantemente la causa el uno del otro, miedo y reacción de defensa, deseo de vencer, herir, destruir, pisotear.
Todavía ahora, en momentos de particular silencio, oigo los pasos del asesino resonar bajo la bóveda de mis días. Dejo la ilusión de Rousseau —la del hombre que nace naturalmente bueno— para los espíritus ingenuos, para todos aquellos que no se han visto nunca obligados a mirar a la cara a la verdadera naturaleza del ser humano. El mal tiene una naturaleza volátil, ligera, inodora e invisible, penetra por todas partes sin esfuerzo alguno, invade a las personas sin que se den cuenta. De la ausencia de contemplación interior nace el recurso del chivo expiatorio. El mal no está en mí sino en el otro, por eso hay que perseguirlo y aniquilarlo.