Esa última voluntad perdería valor de autenticidad si se interpretara en clave emocional o sentimental; recordemos que son palabras pronunciadas por una persona ante la certeza de una muerte cercana... El sentido de la vida, en su acepción frankliana, es así de natural: amores, amistades, proyectos, obligaciones, ilusiones, nostalgias...,[13] todo aquello capaz de servir de palanca para la acción concreta y cotidiana. Y son, precisamente, esas acciones concretas y cotidianas las que completan el sentido de una vida, el día a día de una vida: «No hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta que se encuentra».[