—Soy Gilda —digo.
No me cuesta aceptar que soy una bacteria, o un parásito, o un cáncer. No me cuesta aceptar que mi vida es trivial, que no soy más que una mota de polvo. Lo que me cuesta es aceptarlo para la gente que me rodea. Me cuesta aceptar que la vida de mi hermano no importa nada, o que las ancianas que se mueren no importan nada, o que los conejos o los gatos no importan nada. Me siento absolutamente insignificante y al mismo tiempo hiperconsciente de lo importante que es todo el mundo.