Alberto Peralta de Legarreta

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    1. EL MAÍZ, EJE MÍTICO DE LA ALIMENTACIÓN MESOAMERICANA E IMAGEN DEL GÉNERO HUMANO
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    De acuerdo con mitos como los que quedaron asentados en el libro maya del Popol Vuh, el ser humano fue hecho con maíz y adquirió la obligación de perpetuar su producción sobre la tierra en la búsqueda de su propio mantenimiento y el de los dioses.
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    Tanto el ser humano como el maíz tenían como finalidad el ser verdaderos sobre la tierra, y ser verdadero implicaba tener raíces y ser firme.
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    El brote de la planta tierna de maíz a partir de la semilla y la tierra simbolizaba o equivalía al parto humano, consecuencia de que la semilla masculina hendiera la tierra femenina y fértil con la ayuda de un instrumento de simbolismo fálico llamado coa, como si el acto de sembrar emulara a su vez el coito.
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    De hecho, a los niños recién nacidos se les llamaba “flores de maíz”, las niñas eran “mazorcas tiernas” y un guerrero en la flor de la edad representaba al “señor mazorca de maíz”
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    Una vez en pie la planta del maíz, echando ya raíces, le venían los primeros frutos, que consistían en pequeñas mazorcas, tiernas y poco desarrolladas, aunque completamente formadas. A esta etapa de crecimiento del fruto del maíz se le conocía como xilotl o “maíz niño”. En términos de búsqueda de la verdad o del ser, a este maíz joven, tierno, aún le faltaba mucha sabiduría y firmeza. Sin embargo, con el tiempo, el xilotl se convertía en un fruto maduro, llamado elotl (mazorca), pleno de volumen, forma y vigor. Esta etapa del crecimiento del maíz se comparaba con la juventud y adultez del ser humano.
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    Finalmente, si la mazorca no era arrancada de la planta con el paso de los días o los meses, el elotl comenzaba a enjutarse y endurecerse, haciéndose visiblemente viejo, pero a la vez “más sabio”, tal como le sucedería a un ser humano con el tiempo. A esta etapa del crecimiento del maíz se le conocía como centli y ofrecía, una vez separado del olote, un grano seco de cutícula casi impermeable y listo para sembrarse, producir o ser consumido. Metafóricamente hablando, el centli simbolizaba la vejez del hombre, pletórica de sabiduría y muy digna de respeto.
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    De él se obtenía la masa para las tortillas y una gama infinita de otras bebidas y alimentos sabios, es decir, sabrosos y llenos de significado. Como se puede ver, en la visión cultural prehispánica el ser humano no sólo consumía maíz: él era el maíz.
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    Existe hasta nuestros días una práctica ritual que consiste en depositar ofrendas a los montes, considerados desde tiempos prehispánicos como lugares de resguardo de alimentos y humedad. Estos alimentos ofrendados son generalmente tamales crudos; carecen de la intervención culinaria del fuego, pero se presentan envueltos como una mazorca, aun cuando ya fueron transformados por el ser humano. Lo anterior ilustra cómo en Mesoamérica la fertilidad de la tierra requería de la participación activa de las personas, cuya labor consolidaba el trabajo de la tierra y de los dioses, completando con ello el ciclo de la vida en la tierra. El ser humano era responsable de dar continuidad al cosmos, alimentando a los dioses.
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    El consumo del fruto del maíz en todas sus etapas de crecimiento, así como la capacidad de las culturas mesoamericanas para aprovechar exhaustivamente todas las partes de la planta, tuvieron también el objetivo práctico de alimentar a la población a lo largo de todo el año. De acuerdo con Sophie D. Coe, “[tras la Conquista] los observadores europeos quedaron sorprendidos ante el hecho de que podía comerse el maíz en numerosos estadios de su desarrollo, acortando de este modo el período de hambre que precedía a la cosecha”.
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