Oh la grandeza del don, la belleza de las hermanas mayores sacrificadas, el encanto de las niñitas serviciales que ofrecen las galletitas saladas durante el aperitivo. Eso en casa no vale, se desprecia incluso. Y la fascinación de la niña por creerse útil, a la que le basta ordenar su cuarto y recoger la mesa para sentirse querida, es algo que también desconozco. Responsable únicamente de mí y de mi futuro. Confusamente terrible, en raras ocasiones: sería tan fácil agradar pelando la verdura, siendo cariñosa con todo el mundo, aplicándome en la escuela. En muy raras ocasiones. El cielo gris pesado de septiembre, las voces masculinas tumultuosas a lo lejos, en el bar, los ásteres zumbando de tantas abejas, enseguida la vuelta a clase. El futuro. Tengo entre siete y diez años, sé que estoy en este mundo para hacer algo. Ningún hermano me obstruye el horizonte con su destino prioritario.