Muchos estudiantes me han confirmado que, gracias a ese modelo, el tiempo del taller de proyectos fue para ellos un periodo en que, a pesar de la presión y de las dudas inherentes al proceso, disfrutaron de hacer arquitectura, por la tranquilidad que ese modo de afrontarlo transmitía. Eso es sin duda, para mí, la mejor recompensa por el esfuerzo realizado, pero también la constatación de que es posible hacer arquitectura de un modo distendido. Un placer difícil, que no es lo mismo que trabajar sin esfuerzo, sino haciendo placentero ese esfuerzo.