Deambulo a mi antojo por el pueblo casi desierto, con las ventanas cerradas. Transparente y fluida como un soplo de agua, sin carne ni alma, reducida nada más que al deseo, visito Griffin Creek día tras día, noche tras noche. En ráfagas de viento, en ligeras salpicaduras, paso entre las tablas mal selladas de las paredes, por los intersticios de las ventanas carcomidas, cruzo el aire inmóvil de las habitaciones, como un viento contrario, y provoco torbellinos imperceptibles en las estancias cerradas, los pasillos helados, las escaleras inestables, los porches medio podridos, los jardines devastados.