Wittgenstein asocia esta esfera de lo místico con la conciencia del mundo como totalidad y, como consecuencia, con la conciencia de los límites del mundo en que desplegamos nuestra existencia6. En un sentido parecido, desde una posición agnóstica, nos habla Javier Sádaba cuando se refiere a una mística «natural, normal, no extraordinaria», como experiencia nada elitista y abierta a todos y que radica en la conciencia del ser, de la existencia como algo que se opone a la nada y que da pie al sentimiento religioso de «admiración»7. Citando de nuevo a Wittgenstein, Sádaba repite: «me admiro de que el mundo exista… ¡Qué maravilloso que exista realmente algo»8. Y después, callar, «porque el silencio es la expresión que resulta adecuada al ámbito de lo trascendente»9.