Un hijo muerto, un hijo ausente, un hijo pequeño que es aire, está mucho más presente que cuando está vivo. Es mucho más sólido. Más tangible. Se hace más ruidoso y corpóreo. Como si el vacío se pudiera atravesar con un cuchillo, abarcar con un abrazo, acariciar, tirar de una oreja en un cumpleaños, chocar esos cinco.