Hacía algunos años que Liz había llegado a la conclusión de que Mary no era lo suficientemente interesante como para ser lesbiana. Todos los gais que conocía ella en Nueva York, tanto hombres como mujeres, sobresalían un poco de la media (eran un poco más considerados, elegantes o divertidos), aunque tal vez, reflexionó, era Nueva York en sí y no la homosexualidad lo que les confería aquel atractivo extra