Nora Ephron

Dicen que con el tiempo el dolor se olvida. Es el cliché del parto: el dolor se olvida. No comparto esa opinión. Me acuerdo del dolor. Lo que se olvida en realidad es el amor

Fui a muchos conciertos de rock legendarios y estuve todo el tiempo pensando cuándo terminarían y dónde iríamos a cenar después, y si el restaurante seguiría abierto para entonces y qué pediría.

En cierto modo, he desperdiciado mi vida. Porque, si yo no la recuerdo, ¿quién la va a recordar?

Nos conocemos? Creo que nos conocemos. Aunque no estoy segura. Nos han presentado, pero no me he quedado con tu nombre, porque hay mucho ruido en esta fiesta. Voy a dar por sentado que nos conocemos y no voy a decir: «Encantada de conocerte». Sé lo que pasará si digo eso. Que dirás: «Ya nos conocemos». Dirás: «Nos conocemos», en un tono casi irritado y agresivo. Y ni siquiera me dirás cómo te llamas para que pueda recuperarme un poco. Por eso no voy a decir «Encantada de conocerte». Voy a decir «Me alegro de

Viejas amigas? Seguro. Estás encantada de verme. Estoy encantada de verte. Pero ¿quién eres? Ah, claro, eres Ellen. No me lo creo. Ellen. «¡Ellen! ¿Cómo estás? Ha pasado… ¿cuánto tiempo ha pasado?».

Si le pasa a todo el mundo, a mí también me pasará. ¿No? Pero da igual: me estás hablando. «Maggie —dices—, ¡cuánto tiempo!». «No soy Maggie», digo. «Madre mía —contestas—, eres tú. No te había reconocido. Te has hecho algo en el pelo».

Entonces se daba por hecho que, si eras mujer y querías hacer determinadas cosas, tendrías que ser la excepción a la regla.

Hace poco vi una película en la que comían pizza para llevar en 1948, y casi me da algo. En 1948 no existía la pizza para llevar. Casi no existía la pizza y casi no existía la comida para llevar. Este es el tipo de cosas que sé, y son totalmente inútiles y ocupan demasiado espacio en mi cerebro.