Quiero de verdad tener un hijo desde que empecé a razonar. Sin embargo, en nuestra familia hay un patrón recurrente. Mi bisabuela, mi abuela, mi mamá y yo, todas somos primogénitas. Todas somos chicas. Todas estamos mal de la cabeza, somos neurasténicas e infelices. Yo he roto este círculo vicioso. Este año cumplí dieciocho y llevaba mucho tiempo ahorrando para esta ocasión. Un día después de mi cumple, en cuanto pude hacerlo sin el permiso de los padres, me hice esterilizar. Desde entonces esa frase tantas veces repetida por mamá ha dejado de ser una amenaza: «¿Qué apuestas a que tu primer hijo será niña?» Ahora ya sólo puedo tener árboles de aguacate. Con cada árbol hay que esperar veinticinco años hasta que le salgan frutos. Aproximadamente el tiempo que hoy en día tiene que esperar una madre para ser abuela.