Cuzco era, además, centro de un segundo patrón espiritual. De Aucaypata irradiaba una intrincada telaraña de cuarenta y una líneas de poder espiritual, conocidas como zeq’e, que unían entre sí las marcas sagradas que había en el paisaje: manantiales, tumbas, cuevas, altares, campos, piedras… En los alrededores de Cuzco había en total unas cuatrocientas de estas huacas (o «capillas», para entendernos): el paisaje circundante de la capital estaba lleno de poderes telúricos.