Asunción Escribano

esta alegría que, como musgo, crece en tu mirada

Está impregnada la tierra
de poesía.

El bordado turbio de las nubes
taladra la jaula limpia
de este cielo
y abriga de tristeza primeriza
el taciturno aire
de noviembre.

Pero las palabras no me amparan,
han dejado de ser servidoras
de lo vivo.

Abre también
tus manos
y roza con ellas el milagro
de lo que nombra
el ansia mortal
de ser inquieto pájaro
que lanza su encíclica
de trinos
al vacío.

Vuelan bandadas de aves
hacia el sur,
tú debes seguirlas con los ojos
–también con la esperanza–
porque ellas traerán de nuevo
las fuentes
atadas a sus alas.

Deja un resquicio
a la palabra,
ella será siempre tu guía,
para poder decir
en el futuro
que en aquel periodo
de tinieblas
fuiste por el amor completa dicha.

Si eres lóbrego
y oscuro,
no hagas
uso frecuente
del invierno,
no lo aceches con tu sombra
en su gozoso alegato
de esplendor.

Me hablaba de la visita de la muerte,
de la brevedad de la alegría
y de la transición
fugaz del amor hacia el olvido

Nombrar de nuevo al viento
para que además de lamer la piel
roce la vida.